“Estamos en este mundo para convivir en armonía. Quienes lo saben no luchan entre sí”.
Buda
Crónicas budistas, Blanca Strepponi. Dcir Ediciones, Caracas, 2016
1.-
Rezar, orar, escribir poesía. Decirla en silencio. Rezarla. Vivir en ella. Armonizar con ella. Desatar el tiempo y hacerlo un solo presente. Cada texto es una reverencia, el respeto, la paz concebida como respiración desde la plegaria.
Blanca Strepponi nos lleva, nos conduce, a través de reverencias que hacen del lector una oración, una parte del árbol bajo el cual Buda recita sus silencios.
Crónicas Budistas (Dcir Ediciones, Caracas, 2016) es un sola oración repartida en varios cuerpos que se hacen uno, gracias a las enseñanzas de su maestro Ho Jun Jang. Cada poema es una reverencia, una unidad, un reto donde la paz, un profundo aliento que se alcanza con la lectura. Orar es respirar, entrar en uno mismo, de allí que el mismo Sidarta Gautama haya dicho: “Cuida el exterior tanto como el interior, porque todo es uno”. Esa unidad transita por este libro. El maestro se hace la voz de la poeta. Y la poeta se hace maestra. La poesía es una forma de estar afuera y de ser el adentro de ese afuera. De ser uno y otros que también son uno. Somos un solo tiempo, el presente.
Cada texto tiene una voz que lo congrega alrededor de alguien que ya ha sido el poema. De allí la enseñanza, el aprendizaje, el exterior, el interior, el afuera, el adentro.
2.-
Uno que desvela y devela:
“ALGUIEN MUERE
Se agita su pequeño cuerpo frágil y cansado
buscando un aire que apenas encuentra
A su lado, quienes tanto la aman
Junto, mis manos para orar sin palabras
Aceptación y silencio”.
Rezo / poema / reverencia “para ponderar lecciones de mi maestro que están en mi interior”.
Un poco antes, atrapada por la ciudad, porque quien ora vive en la polis, dice del tiempo:
“es el pasado:
su horrible peso aplasta todo
y nos lleva al país de los sueños salvajes”
¿Nos está hablando Blanca Strepponi del país que nos habita en el adentro y que se ha convertido en un afuera invivible?
Del silencio a “sueños salvajes”, la distancia acomete a quien pronuncia, a quien musita sin palabras, a quien respira una gramática honda, física y espiritual. El universo es un todo relajado, una vertiente de la soledad de la que se proveen los monjes.La naturaleza aparece como un símbolo que atraviesa las ciudades y se congrega en el corazón del Tíbet. La vida, su celebración.
“En noviembre el jacarandá florece
y todo lo ilumina con un exquisito color lila
tenue y delicado cubre las aceras
Así caminamos sobre tapices de lujo
y sonreímos casi sin darnos cuenta
bendecidos por ese fugaz regalo”.
Y así, del silencio al salvajismo onírico hasta el paisaje emergente, el que nace de los sentidos y se hace sentido.
¿Qué nos dice al oído Buda desde su mirada detenida, bajo la sombra sagrada de su árbol?: “Para entenderlo todo, es necesario olvidarlo todo”. Recojo citas por doquier, citas de quien es maestro de la paz, del silencio y de la oración breve, atenuada por el poema que el mismo reverenciado asume como voz para armonizar con el todo, saber de él, escudriñarlo, paro luego dejarlo de lado y de esta manera comenzar una nueva oración. Un rezo permanente. Un canto, porque “Así es el pasado, siempre nuevo. Siempre aquí…”
3.-
Mientras leo, imagino a la poeta frente a una ventana. La imagino con la mirada puesta en un bosque argentino. Concentrada en un árbol invisible, real, tan real como invisible. Cada palabra que deja de pronunciar es una voz que la resguarda, que la añade a la tristeza, porque la tristeza también es una oración; a la nostalgia, porque la nostalgia también elabora versos, hace aflorar dolores que luego se hacen revelación, cercanía humana:
“Pienso en mis amigas
las que han perdido a sus hijos
Cuando encuentran su rostro
no se reconocen
tal es el dolor
se dicen:
aquí estoy
esperando sin voluntad
en esta ciudad donde el sol arde
Pensé en aquel árbol
brillando en una noche de invierno
Alguien había envuelto
cada una de sus ramas
con pequeñas luces blancas”
La oración crea pueblos, ciudades, naturaleza: una constante, el árbol, los que “crecen altivos” en medio de la noche. El poema se afirma. Canta, calla, el agua avisa del “país remoto”.
Y siempre un bosque.
Quien lee, este yo impertinente, imagina el rostro pálido del maestro bajo su árbol marcado por las uñas del tiempo, por todo el presente que lo empuja a decir de lo humano: “No seas amigo de los necios”. El libro obedece, la oración hace reverencia y pulsa el clima que respira. Desde la ventana, Blanca Strepponi reza:
“…ráfagas de odio llegaban con el aire
los ríos se desbordaban
y el barro inundaba las calles
ruinas y desconfianza
ira y vergüenza
resentimiento e indiferencia
temor y dolor
Los amigos se dieron las espaldas
con palabras como puntas de flechas
Quise ser budista
pero no pude”.
La piel y el alma humanas, tan desechables. La poeta se lamenta. Más pudo, quizás por un instante, el poder del odio, el poder de la inquina. Recorta un país, lo coloca en la página. Una poética aguza la realidad, una historia que aún no termina:
“Poco antes de la guerra
ya todo estaba anunciado
Vi las rojas señales a toda hora
Oh el líder que más sabe odiar
dice que nos ama
que él es nosotros y nosotros somos él
y ahora que no está es adorado
Qué extraña fue su muerte
Adiós a su alma perdida”.
Oración visible, rezo pronunciado por todos, por los que viven la geografía de ese líder que fue y destruyó su alma y la de muchos. La palabra se hace filo de navaja: “mi otra patria es el país con forma de mancha de sangre”. Luego ella, el alma, la poeta, el silencio, entran al templo.
4.-
El templo es el homenaje. La lectura, la voz que vuelve. La que germina en los poemas del otro, en el nombre del otro que escribe: Jorge Luis Borges, María Clara Salas. Ambos entre dos monjes coreanos. “Un poeta oriental”, del primero, y “Araña”, de la venezolana.
“Pero después la vida trae otras cosas
pequeñas ramas que van a dar a la orilla:
canta mantras con su voz extraña
como de otro tiempo
luego su cabello negro y liso
se hace familiar
y finalmente
un sentimiento de hermandad nos une…”
Eso logra el templo, la contemplación, el rezo, la armonía. El jardín donde habitan las almas y “la higuera está cargada de frutas/ y son tantos los pájaros que llegan a alimentarse». La paz, “la lección de la naturaleza”. La oración y sus logros. La reverencia, el gesto de ser. Afuera, el clima desobediente, el que “limpia el aire/ y calma la furia”.
La última lección del libro, la oración que lo cierra es de Ho Jun Jang:
“Estuve de pie junto a esos cactus gigantes
están allí hace quinientos años
He sentido el deseo de reencarnar en un cactus
Ser humano es muy difícil”.
Respirar hondo, ahondar el aire. El poema como reverencia, oración, crónica budista.